jueves, 28 de marzo de 2019

Memorias de un travesti en proceso (Fase 2)


Acabo de tomarme mi primera hormona. O como se le dice : RONFASE. Es el principio del fin. Un fin que proyecté durante toda mi vida sin darme cuenta. Me llamo Gabriela, cómo me llamaba antes? No recuerdo, y como sugerencia les diría que NUNCA le pregunten a una persona no-binaria que se AUTOPERCIBE con otro nombre, cual es su nombre de su otra vida.

Trataré de hacer un resumen de cómo llegué hasta acá. Que me llevó a tomar ésta “osada” decisión.

Desde el 2012 me animé a probar el veneno letal. Un veneno que para muchos es sólo un camino de ida. Una droga de la cual no salís:” vestirse de mujer,

usar pelucas y maquillaje". (Considero que si nos criaramos en una cultura no binaria donde la ropa se la respeta por no tener género. Muchxs de nosotrxs no hubiéramos pasado por ésta abstinencia).

Nunca perdí oportunidad de usar vestidos y maquillajes para despuntar el vicio . Siempre dentro de la clandestinidad. Porque ya de por sí estaba mal ser “puto" y más, travesti.

Pero en el 2012 conocí a una persona que era transformista y me mostró un mundo que me encantó. Un mundo en el que te pagaban por hacer lo que te gustaba y ser auténtica, desprolija y controversial. Fue ahí que por.medio de sesión de fotos y yendo a ayudarla en sus shows de transformismo, el vicio era despuntado.

Hasta que llegó un momento que me Di cuenta que con eso no bastaba. En una época yo corría carreras. Corría mucho, por ende me escapaba mucho. Era Leo Di Carpio en “Catch Me If You Can “ versión travesti. Hasta que un día casi me pisa un auto cuando iba andando en bicicleta y para salvar mi valor más preciado (que es mi cabeza, la gran agenda movil) caí de lleno sobre mi rodilla. En ese momento Tom Hanks me alcanzó, y todo por lo que huía me abrazó. Sumado a mi dolor emocional estaba el físico. Y los únicos momentos en que nada me dolía fueron cuando me vestía “de mujer".

Ya no huía más, abrazaba eso que quería ser. Restaba el otro camino. Enfrentarme con todo lo que una persona se enfrenta cuando decide tomar ésta vida. Unx puede tener dos vías: quedarse como “hombrecito “ y evitar que te insulten, te quieran golpear en la calle producto de la intolerancia a ser “diferente”, o ser fiel a unx mismx. Comencé ese período angustiante de saber lo que quería ser y no animarme a comenzar. Puertas adentro era un diamante en bruto. Puertas afuera era un druida entre la gente.

Desde adolescente fui una persona que ayudaba a distribuir verduras desde mercado central a las capillas para que sean repartidas en las villas. Dar charlas en un grupo de iglesia para chicxs que venían a escucharnos hablar con la simple excusa que más tarde servíamos la merienda y así poder llevarse algo al estómago ese día. Eso siempre me hacía sentir útil, era mi grano de arena en ese desierto que sentís que NUNCA se va a hidratar, pero así y todo cuando pensaba en formar parte de algún comedor o alguna ONG que ayudase a familias carenciadas no lo sentía como algo propio, como mi causa. Había ganas de protesta, de lucha, de reclamo. Pero no netamente desde ese lugar. Por otro lado siempre escuché música de mujeres feministas enorgulleciéndome de esos mensajes. Desde las sororas Spice Girls hasta la empoderada e independientemente económica Beyoncé .

El día del debate en el Congreso por la cámara de diputados por la despenalización del aborto me urgió la necesidad de ir. Participé aisladamente de marchas como la del 24/03 y del orgullo LGTBIQ+. Pero me seguía faltando algo. Y lo encontré ahí. Ese 13 de junio del 2018, día de bajas temperaturas rodeadx de personas que luchaban por un derecho más. Y no cualquier derecho, un derecho para que cualquier mujer cis, hombre trans y personas con útero pudieran hacer de “su cuerpo, su decisión “ y fue una iluminación. Encontré el motivo de mi transformación, de gusano tibio a mariposa empoderada.

Ahí escuché decir a la ya fallecida Lohana Berkins: “en un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa" y ese mantra es el que me permite salir a la calle con la frente en alto cada vez que me siento apichonadx.

A partir de ese momento me dije, no puedo volver a una marcha de ésta manera, Con éste nombre. Y a partir de ahí comenzó a cambiar todo. Tal fue así que al otro día le comento a mi jefe que me voy a cambiar el nombre del DNI. El pensó que era una broma. Se puso serio cuando se dio cuenta que no. Tuvimos una charla profunda donde me explicó que él no tenía inconvenientes, que el problema iba a estar si deseaba cambiar de trabajo ya que otras empresas no me aceptarían por mi condición (justamente el motivo principal de entrar a la crisálida es combatir al sistema así que no me tomó de sorpresa que me dijera eso).

Luego de un ida y vuelta de palabras y de manifestarme todos los contras de mi “decisión” le termino confesando: “cuando estoy vestido de mina es el único momento donde no se me pasa por la cabeza pegarme un tiro".

Luego de eso queda en averiguarme por unA psicólogA para acompasarme. A.las semanas me consigue un psicólogo hombre cis para sorpresa de muchxs. A lo que me contacto y comienzo las sesiones.

A todo esto, persona trans que veía persona trans que le preguntaba por el tratamiento. A Agustina la atocigue con preguntas. Agustina es una chica uruguaya de pelo crespo que recientemente había comenzado su proceso de hormonización. Mientras tanto yo ya venía siguiendo a referentes trans de Argentina, siguiendo a feministas profesionales instruidas en el tema y todo eso me llevaba a querer estar más informada. Lo que había padecido como hombre gay en 14 años no era ni el 15% comparado con las cosas que viví como mujer saliendo sola a la calle. Bocinazos. Gritos de grupitos de varones. Varones pidiéndome que les pague el taxi. Varones pidiéndome que les chupe la pija y encima les preste plata. A todo esto aun no me animaba a tener sexo de esa manera. Me sentía virgen. Sólo un taxista paró para levantarme y como le dije que no, me respondió: “te perdés este flor de pedazo" yéndose indignado.

Quedaba otra parte, blanquearlo a mis amigos. Los que había conocido hace meses atrás y los de hacía 15 años. Muchos lo tomaron bien. Con esa incertidumbre como si dijeran: No entiendo lo que haces pero igual te banco. Y los de hace poco tiempo no recordaban la última vez que había subido a mis redes una foto como “varón” así que no se sorprendieron.

Hablo con mi médico de cabecera que muy amablemente se ofrece en contactarme con el profesional que corresponde para mi tratamiento hormonal. Lamentablemente no todxs los profesionales de salud son así de profesionales (valga la redundancia). Hasta que llegan los primeros análisis que me envía a hacer el endocrinólogo. a lxs médicos que me realizan los estudios les llama la atención el por qué me envían a hacerlos. Parece que no están acostumbradxs a recibir tantxs travas en trans-sición. Se quedan desconcertadxs cuando les explico que es por tratamiento hormonal. Finalmente me queda la parte más burocrática, los molinos del quijote: que la obra social me autorice las recetas y el tratamiento. Previo a esto intenté ir a una salita en José León Suárez y de forma gratuita me tomaban los estudios y me daban en seguida las hormonas debido a que corresponde por ley. Pero las prepagas colocan una serie de burocracias para que las recetas y órdenes venzan y debas repetir los proceso desde cero. Partiendo de pedir turno con el médico hasta que me den las recetas.

Tal como lo presupuse las recetas vinieron rechazadas. Debido a que preciso un justificativo del endocrinólogo. A lo que les aclaro que es por voluntad propia que decido hacer el tratamiento. Y que con el sello del médico en la receta debería ser más que suficiente como modo de autorización. Como el reclamo no decanta procedo a enviar los correos al endocrinólogo avisándole del asunto, pero recordé que se iba de vacaciones, así que por el momento decido ir a comprarme las píldoras antes de que se me venzan las recetas.

Las gotas de sudor caían sobre mi frente al querer averiguar el precio de las mismas, imaginándome un costo de alrededor de 800 pesos la caja, finalmente su precio era 250 pesos y cubierto con la obra social quedaba un 45% menos, pero no me iba a quedar de brazos cruzados, debido a que otras personas no tienen acceso a éste beneficio y además las obras sociales/prepagas deben entender que es nuestro derecho que nos cubran.

Y es así que hoy me encuentro escribiendo éstas palabras, habiendo consumido mi primera píldora de Ronfase, sólo resta hablar de amoríos, agresiones, pleitos, luchas, amor y expresividad latente. Sólo eso.

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