Hoy les voy a hablar de una persona muy especial para mi, es especial a pesar de nunca haberla conocido, ella es “la Tía Erna”, aunque sería mi tía abuela ya que es la hermana de mi abuelo materno, pero siempre se la mencionó en mi familia por ese mote, tanto ella como su hermano (mi abuelo materno, Heins Fandrich) vinieron desde Alemania cuando eran muy pequeños previo a la primera guerra mundial, vivían en un pueblo que hoy por hoy es territorio polaco gracias a las diversas guerras e invasiones, tanto la familia de mi vieja como de mi viejo son de origen humilde, aunque decir humilde es sobrevalorado, últimamente conectamos la dualidad pobre=humilde. La “tía Erna” fue una mujer que al ver las fotos se sabe que no pasaría desapercibida, una mirada que se sostiene fija acompañada de una una mueca en su boca hacía el costado como avisando que conoce algo de la persona a la que está mirando que el resto no sabe. ¿Cómo evitar pasar desapercibida sus fotos? Pero hay una en particular que la tengo en mi biblioteca acompañada de otra foto de mi abuela “disfrazada” de hombre para Halloween. Una foto en la cual está sentada en una silla gigante (que para mí es un trono de madera) vestida con su uniforme de enfermera y con su mirada fija a la cámara. Su mano derecha posando en su falda cual flor delicada pero la izquierda sosteniendo con firmeza el antebrazo de la silla de madera, me quedo con su mano izquierda, me cuenta más de ella que la otra que seguro fue puesta de esa manera por pedido del fotógrafo. Guardo esa foto no sólo por la calidad sino por la fotogenia y porque es un recordatorio de una de las mujeres empoderadas de la familia. Y ustedes se preguntarán: cómo sabe esta loca que era una mujer empoderada? Y yo les respondo: Imagínense una mujer cis que en los años 1920 decide realizar una carrera profesional, que termina ejerciendo como enfermera en el Hospital Alemán y que a la larga ocupa un cargo directivo dentro del mismo sin acomodo - ya que mi familia nunca tuvo contactos importantes -, que tuvo que tolerar en toda su vida adulta el mote de “la solterona” porque eligió nunca cumplir con la heteronorma impuesta hasta hoy en día 100 años después (en aquella época una mujer adulta y soltera quedaba prácticamente fuera del sistema). Que tal vez tuvo romances lésbicos y nunca los pudo confesar por vivir en una sociedad conservadora contemporánea a la Primera Guerra Mundial. Que con su dinero reunido de sus años de trabajo se retira joven y se va a vivir al medio de la montaña en Córdoba construyendo su propia casa alejada de todos los seres humanos y falleciendo a los 53 años de vida. Una mujer tildada de “jodida” (como a mi abuela materna) simplemente por no ser sumisa y tener una decisión frente a las diversas situaciones. Todos estos fueron hechos (recauchutados mediante una charla telefónica con mi madre) que hicieron que “la Tía Erna” tenga su altarcito en mi biblioteca, porque la ascendencia pesa y es lo que nos hace hoy por hoy esas personas, porque está cargado en nuestro ADN y son nuestras referencias. Últimamente me viene seguido a mi cabeza su imágen sentada en el trono porque dos años antes a la pandemia comencé a saturarme de los cúmulos de gente y cuando viajo por las calles atestadas, esas calles llenas de personas que son traídas a este mundo destruído con el objetivo de tapar los huecos existenciales de los padres y las madres en su mayoría, sumado al calor agobiante y húmedo de nuestra querida Buenos Aires ayudado por un clima maltrecho por la misma humanidad, me viene a la cabeza esa mirada profunda y esa mueca. Y pensar que fue una mujer tan inteligente que se mudo al medio de la nada… (o del todo considerando los paisajes que podía alcanzar) y que yo debería hacer lo mismo aunque sea para pasar los últimos años de mi vida, desearía vivir hasta los 53 años como ella pero seguro la vida me depara longevidad, así que debo mentalizarme que me quedan unos largos años más en este plano.
Aprovechando el receso de la universidad me puse a coser toda la ropa pendiente a realizar que iba postergando por la cantidad acaudalada de libros por leer. Hace dos días (el sábado 11/12/2021) me fui a Once a comprarme una tela fucsia para realizarme una remera, ya que las únicas remeras que venden de mi tamaño son negras (parece que las personas XL yque calzamos más de 42 no podemos usar colores alegres), ayer domingo 12, visité a mi madre, al ver mi remera pensó que me la había comprado y le respondí que me la había hecho yo, aprovecha a pedirme que le realice una ya que ella no consigue tampoco remeras de su talle “por sus brazos gordos” y comenzamos a hurgar el cajón de telas de mi abuela (ella también cosía la ropa de mi vieja y mis tíos porque eran “humildes” y no tenían plata para comprar), encuentro unas telas de mi agrado y del fondo de la cajonera mi vieja saca el guardapolvo de la Tía Erna acompañado de la frase de mi madre: “este es el guardapolvo de la tía que usaba en el Hospital Alemán”. Me abalancé sobre ese pedazo de tela blanco con un molde difícil de crear y lo guardé en la bolsa. Llego a mi casa y luego de una siesta (mi siesta de los findes) donde sueño con montañas de Córdoba y de San Rafael me despierto y meto mano en la bolsa que traje de lo de mis viejos, quise probarme el guardapolvo y noto que si bien la tía parecía muy flaca, de altura era similar a mi ya que le había quitado el dobladillo al delantal y me quedaba muy largo. Con la ansiedad que me caracteriza coloqué una playlist de Alanis Morisette y me puse a cortar el guardapolvos para intervenirlo y poder colocármelo.
Escribo estas palabras mientras lo tengo puesto, me recuerda al capítulo de Friends donde Rachel, Mónica y Phoebe usan el vestido de novia mientras ven novelas y comen pochoclos. Estoy usando una tela que visitó los pasillos del Hospital Alemán entre los años ´20 y ´50 que perteneció a una persona de la cual pienso de manera recurrente pero nunca conocí. Es una ropa que estuvo siempre en la casa donde nací pero por cuestiones del destino vino a mis manos en estos momentos de mi vida que son consecuentes con el estilo de vida que ella supo llevar.
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